Por Frank Ruiz
50 años después. El domingo 24 de mayo de 1964 se realizaba el partido de fútbol entre las escuadras de Perú y Argentina en el Estadio Nacional de Lima; ambos equipos se disputaban la victoria para un cupo a las olimpiadas de Tokio. En el segundo tiempo y a tan solo 10 minutos del final, el árbitro uruguayo Ángel Eduardo Pazus, anuló el gol marcado por el peruano Lobatón. Las tribunas airadas y en total desacuerdo con la decisión del árbitro expresaron su voz de protesta desencadenando así la tragedia.
Víctor Vásquez, alias «Negro bomba», logra entrar a la cancha con el único fin de agredir al árbitro. La policía logra detenerlo a tiempo, hace uso de la fuerza para someterlo y sacarlo del estadio. La gente observa el maltrato al hincha y decide poner en marcha un motín en contra de los policías que, como única solución, deciden lanzar bombas lacrimógenas al estadio. Los hinchas, señoras, jóvenes y niños que presenciaban la descomunal agresión decidieron correr hacía las puertas del estadio. Desgraciadamente, estas habían sido cerradas con candados.
El resultado: más de 300 personas fallecidas, víctimas a causa del ahogamiento y contusiones provocadas por la desesperación de escapar de tan infernal lugar. La violencia en el deporte se hizo presente aquella tarde; los peruanos no debemos olvidar esos hechos y reflexionar sobre el verdadero sentido del deporte: el respeto por la vida.
“Y la gente de la tribuna comenzó a pasar de la irrisión a la piedad por ese negro, intruso, de ropas raídas por las dentelladas de los perros-policías. Desguarnecido ante los palos gratuitos sintió atenuar la ferocidad de los vigilantes cuando cientos de voces (…) vieron su propio desvelo en la angustia de Bomba”
– “La ópera de los fantasmas” de Jorge Salazar.
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