Por Juliana Trujillo Velásquez
Desde muy temprano los colombianos se encontraban en el aeropuerto El Dorado para recibir a la selección. La alegría y creatividad de la gente salió a relucir en este esperado recibimiento.
Se había anunciado que, por un retraso en logística, la llegada de la selección a Bogotá sería al medio día. Sin embargo, eso no fue pretexto para que los colombianos no salieran a las calles a recibir a la tricolor. Desde las 9 de la mañana, cientos de hinchas llegaron a las afueras del aeropuerto CATAM para esperar al combinado nacional.
Con vuvuzelas, banderas y la camiseta puesta, los hinchas entonaban arengas como «Colombia» y » El Tigre Falcao«. Poco a poco iban legando más y más aficionados y por supuesto la creatividad fue la protagonista. Algunos decoraron sus carros con los colores de la tricolor y otros incluso disfrazaban a sus perros. Lo cierto es que ya faltaban menos de tres horas para recibir a la selección y nadie sabía con certeza cual era la ruta por la que iba a tomar los jugadores rumbo a el estadio El Campín. Eran constantes las especulaciones sobre por donde iba a pasar el bus de la selección, y los aficionados corrían de un lado a otro buscando el mejor lugar para ver a los jugadores.
En medio del ruido de los cánticos y la euforia que producía la llegada de la tricolor, los hinchas se fueron dispersando por toda la Avenida 26. Aunque la jornada transcurría de forma tranquila, al acercarse la llegada de la selección, se sintió como la presencia policial aumentó en la zona, en aras de mantener el orden. Era tal la alegría de los hinchas, que el mantener el orden era lo último en lo que pensaban. Los puentes peatonales se llenaron de gente y quedaron vestidos completamente de amarillo. Los mensajes de agradecimiento se podían ver por toda la avenida. Algunos de estos mensajes hacían relación a la canción que nos puso a bailar la selección en el presente mundial: «Seguimos Melos, Gracias». Por supuesto, no faltaron los hinchan que intentaran emular los pasos de baile de Yerry «Guachené» Mina.
En fin, la vibra que se sentía era inigualable, y ni siquiera la lluvia impidió que la gente siguiera gritando y que sus corazones siguieran latiendo por la tricolor. Según lo que se había informado, faltaba tan solo media hora para poder ver a la selección y ya estábamos en cuenta regresiva. Sin embargo, la espera se alargó más. En la transmisión oficial se anunció que los jugadores y el cuerpo técnico habían arribado a Bogotá después de las 12 del día. Eran ya las 12:30 y la avenida estaba vacía. Se empezó a sentir el cansancio de la gente, algunos se sentaban en los andenes, mientras otros revisaban la hora en sus celulares. Ante la incertidumbre y expectativa que embargaba a los aficionados, los cantos y arengas habían cesado, solo se sentía un absoluto silencio pues en cualquier momento podía pasar el bus de la tricolor.
El tiempo pasó, ya eran casi las 2 de la tarde y de un momento a otro fue pasando el bus alrededor de miles de aficionados que lo esperaban. Fue tal vez solo un segundo que tuvo cada uno de los asistentes para verlo, para tomar una foto, para llevarse un recuerdo de ese momento. Fue quizás solo un segundo el tiempo en el que cada uno de los aficionados pudo ver a los jugadores. El bus pasó y los hinchas corrían detrás de este; entre gritos, lágrimas y sonrisas. Los jugadores siguieron su rumbo al estadio El Campín, donde miles de colombianos más los estaban esperando y donde recibirían su merecido homenaje. Sin nada más que decir: ¡Gracias, muchachos! ¡Bienvenidos a casa!
Juliana Trujillo Velásquez es alumna de la Universidad del Rosario, Colombia.
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